Houshang Golshiri

Houshang Golshiri

Escritor, crítico y editor de ficción, nació en Isfahán en 1937 y creció en Abadán, al sur de Irán. De 1955 a 1974, Golshiri vivió en Isfahán, donde se graduó en lengua y literatura persa en la Universidad de Isfahán. A continuación, enseñó en escuelas primarias y secundarias de las ciudades de los alrededores.

Golshiri comenzó a escribir novelas a finales de la década de 1950. Su publicación de relatos cortos en  “Payam-e Novin” y en otros lugares a principios de la década de 1960, la fundación de “Jong-e Isfahan” (1965 – 1973), la principal revista literaria de la época publicada fuera de Teherán, y su participación en los esfuerzos por reducir la censura de la literatura imaginativa le dieron una reputación en los círculos literarios. La primera colección de cuentos de Golshiri fue “Mesl-e hamisheh” (Como siempre) (1968). Luego llegó el libro que le hizo famoso, su primera novela “El príncipe Ehtejab” (1968/1969). Esta última es una historia de decadencia aristocrática, que implica la inadecuación de la monarquía en Irán. Poco después de la producción de la popular película basada en la novela, las autoridades pahlavi arrestaron a Golshiri y lo encarcelaron por casi seis meses.

En 1978, Golshiri se fue a Estados Unidos. Al regresar a Irán a principios de 1979, Golshiri se casó con Farzaneh Taheri, a quien atribuyó la escritura de sus últimas obras. En 1990, bajo un seudónimo, Golshiri publicó un cuento traducido titulado “El rey de los iluminados”, una acusación a la monarquía iraní, que cuestiona la literatura persa, el partido Tudeh y la República Islámica. Tras un largo periodo de enfermedad, Golshiri murió el 6 de junio de 2000 en el Hospital Iran Mehr de Teherán.

“El príncipe Etehjab albergaba la frustrante certidumbre de que todo era inútil. Sempiterna sería la connotación devenida de aquella foto en blanco y negro de su abuelo -como si se tratara de una epidermis sometida al fatum taxidérmico. Esa perenne imagen pervivía en toda aquella panoplia de libros, fotos y contradictorias anécdotas. Pero ansiaba saber -no sólo por sí mismo sino también pensando en Fakhronessa; deseaba penetrar aquel sustrato epidérmico, disipar la tiniebla del claroscuro fotográfico y leer el críptico y recóndito mensaje oculto entre las líneas de aquellos volúmenes. Así que dijo en voz alta:

-«He de hacer algo al respecto».

Tosió. El peso de su mirada se posó sobre aquel ballet de eunucos y ayudas de cámara y bramó: «No quiero veros». «Marchaos». Entre las mujeres del harén y las esclavas que lidiaban entre ellas (¿desnudas?) podía sentirse sin duda el estruendo de aquella ancestral risa. Satisfecho y exultante, arrojó algunas piezas y se inició la agónica contienda femenil, cual una vívida y blanquecina masa. De vez en cuando podía vislumbrarse algún miembro y sonreía. Al abrirse un hueco en aquella marabunta, el gran ancestro arrojaba nuevas piezas. Más allá de aquel escenario, el abuelo permanecía erguido e impertérrito. ¿O estaría sentado? Un vago bosquejo de un infante grande y pequeño, o corpulento y delgado, de cabello ralo. ¿Y los ojos? Ataviado con sombrero, botas, espada y abrillantados botones. Y sus preceptores, ministros y consejeros.
[…]
Y tosió fuertemente, consciente de que sería toda una quimera tratar de aprehender la anhelada imagen de su abuelo, sentado sobre un diván o montado en un dócil corcel, o riendo vivificantemente en medio de aquella sanguinolenta masa.”

(Fragmento de Shazdeh Ehtejab)

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